01.LLEGÓ LA HORA

Pasaron dos años desde el triunfo de Europa en Roma, y la Ryder Cup está otra vez con nosotros. Es el evento de golf del que se empieza a hablar en el mismo momento en que termina la edición anterior, y también el que más análisis genera. Todo comienza con la discusión sobre por qué alguien ganó y por qué el otro perdió, sigue con la especulación sobre quiénes serán los futuros capitanes, y, en este caso particular, se empieza a preguntar si el capitán podrá ser también jugador. Luego se trata de predecir quiénes clasificarán automáticamente al equipo, y cuando los rankings cierran, se discute a quiénes elegirán los capitanes. Por último, cuando los dos equipos están completos, arranca la fase de adivinar quién jugará con quién, quién debería pegar el golpe inicial, a quién le queda mejor la cancha y un sinfín de elucubraciones que solo sirven para llenar centímetros, segundos, minutos y horas de podcasts, radio y televisión durante septiembre, cuando no hay mucho más de qué hablar. Por suerte, ese periodo terminó y ya estamos en la semana de la Ryder Cup.

No tengo idea de quién va a ganar, y todos coinciden en que será muy parejo. Muchos dicen que la primera sesión del viernes a la mañana será fundamental, y que quien la gane tendrá buena parte del trabajo hecho. Algo que no es del todo cierto: en París, hace siete años, Estados Unidos ganó 3-1 la primera mañana y terminó perdiendo por paliza. Es cierto que ese año fueron four balls los primeros cuatro partidos, mientras que este año serán foursomes los que abran los encuentros, pero creo que la clave estará en quién acierte más en las parejas de golpes alternados, y aquí Europa tiene ventaja.

En foursomes, a mi modo de ver, hay que conjugar tres cosas: amistades, personalidades y estilo de juego. Dos jugadores que no son amigos difícilmente puedan sacar adelante un partido de un tiro cada uno. También es complicado juntar a dos jugadores de personalidad muy fuerte. Todos estos jugadores tienen carácter, pero dos muy intensos juntos es un riesgo —y los ejemplos sobran. Por último, hay que emparejar a dos que jueguen de manera similar. Por eso creo que sería un error si Keegan Bradley manda a DeChambeau a jugar foursomes. Incluso si encuentran al compañero ideal en cuanto a amistad y personalidad, el problema es que nadie juega como DeChambeau; no digo solo dentro del equipo estadounidense, sino nadie en el mundo juega al golf como él.

Muchos sueñan con ver a DeChambeau pegar el golpe inaugural el viernes, tratando de alcanzar el green del 1 con el driver (este año, por la gran tribuna del hoyo 1, es mucho más corto), que el público se vuelva loco y que eso impulse a los locales. Por si no lo notaron, estamos en Nueva York, y ese público no necesita nada ni a nadie para volverse loco un viernes a las 7 de la mañana. Van a alentar, gritar y molestar a los europeos, pegue quien pegue. Esa será una tarea difícil para Bradley, y probablemente determinante para el destino de la Ryder Cup: acertar con las parejas de foursomes.

Cuando digo que Europa tiene ventaja aquí, es porque Donald cuenta con las mismas parejas que tuvo en Roma. No me extrañaría ver a Rahm con Hatton, a McIlroy con Fleetwood, a Lowry con Straka y a Hovland con Aberg temprano el viernes. Pueden ganar o perder, pero ya se conocen y traen la buena sensación de hace dos años.

Los partidos de mejor pelota se reducen a quién emboca más y quién combina mejor, mientras que en los individuales —donde Estados Unidos históricamente ha tenido ventaja— creo que este año la diferencia será menor.

Los esperamos el viernes a las 8:00 a. m., hora de Argentina, por la pantalla de Golf Channel Latinoamérica para vivir una nueva edición de la Ryder Cup. Será inolvidable, como siempre, y apenas termine, comenzarán todos los análisis y las especulaciones de cara a 2027. Como siempre.

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