Ese fue el denominador común desde el viernes pasado sobre Quail Hollow. Llovió tanto el lunes que la PGA de América no abrió las puertas del club al público. Lo peor es que a la torrencial lluvia del lunes le siguieron tormentas el martes y miércoles, dejando la cancha anegada. Los oficiales de la PGA deberán decidir si el jueves se juega con lie mejorado o no, algo que siempre se trata de evitar en los grandes campeonatos, pero que parecería una regla imposible de eludir, al menos para la primera jornada.
Ese no será el único problema. Cuando los jugadores intenten alivio por agua ocasional, les será muy difícil encontrar un lugar seco en el fairway. Esto hace que las más de 7.600 yardas de Quail Hollow se sientan eternas para la mayoría, favoreciendo cada vez más a quienes pegan largo, y dejando fuera de la conversación a gran parte de los participantes de esta 107ª edición del PGA Championship.
Nombres como McIlroy, DeChambeau, Scheffler y Schauffele suenan cada vez más fuerte entre los candidatos, y las casas de apuestas casi ignoran al resto de los competidores. Puede parecer exagerado, ya que siempre surgen un par de jugadores fuera del radar, pero también es cierto que, al final, suelen sucumbir ante los grandes nombres.
Temprano el jueves, si el clima lo permite, comenzará el segundo major del año en condiciones muy diferentes a las esperadas. La cancha está inmaculada, y aunque cada año su presentación para el torneo del Tour roza la perfección, esta vez todos coinciden en que está aún mejor. Las 130 personas que el superintendente tiene trabajando desde hace un mes en Quail Hollow han hecho un trabajo excelente, pero poco pueden hacer frente a la naturaleza.
