Cambio inoportuno

La historia comenzó en 1972, cuando la cantante Dinah Shore copió la idea de su amigo Bob Hope y llevó a las mejores jugadoras del mundo —junto a celebrities de Hollywood— al desierto de California para un torneo de golf. Así nació el Dinah Shore, que luego fue el Nabisco Dinah Shore, más tarde el Nabisco Championship, que tuvo a ANA como sponsor en los últimos años y que, desde 2023, lleva el nombre de Chevron. En 1983, la LPGA le otorgó la categoría de major, y cuando Amy Alcott inauguró la tradición de tirarse al lago a la derecha del green del 18, el torneo comenzó a construir una identidad única.

Era algo similar al Masters masculino: un field reducido, una atmósfera especial y, sobre todo, la particularidad de jugarse siempre en la misma cancha. Con el tiempo, el “Poppy’s Pond” tuvo agua más cristalina, una salida de baño esperaba por la ganadora tras la zambullida, y el torneo fue creciendo en mística y prestigio. Además, la fecha era ideal: se disputaba la semana previa a Augusta. Pero a partir de 2019, todo cambió —y, desde mi punto de vista, para mal.

Ese año debutó el Augusta National Women’s Amateur, cuya ronda final se juega el sábado antes del Masters. Sin duda, esto fue un golpe para el rating del Dinah Shore, porque todos sabemos la ansiedad que genera en la gente la llegada de abril. Si podés ver Augusta por televisión, lo vas a hacer sin dudar —y si es antes del Masters, mejor todavía. Quizás un cambio de fecha no habría sido malo para el torneo; la semana posterior al Masters hubiera sido ideal para las damas. Pero lo que sí creo que no fue acertado fue haberlo sacado de Palm Springs para llevarlo a Houston.

Todos entendemos que en estos tiempos el sponsor manda, y que cuando la bolsa es de 8 millones de dólares, la LPGA no puede ponerse demasiado exigente. Pero viendo el torneo esta semana, tuve la sensación de que al viejo Dinah Shorele habían asestado un golpe mortal. No conozco la cancha de Carlton Woods, pero me da la impresión de que es una más entre las muchas muy buenas canchas que hay en Estados Unidos, pero sin la personalidad que tenía Mission Hills. Solo con eso, el torneo ya pierde. Pero mucho más cuando vi imágenes de las primeras rondas con la cancha completamente vacía.

Les puedo asegurar que estas jugadoras son mucho más que muy buenas. Si alguna vez tienen la chance de ir a ver un torneo de la LPGA, no duden en hacerlo, porque se van a sorprender. Juegan excelente, pegan distancias increíbles y el espectáculo vale la pena. Por todo esto me da tristeza que un gran evento, como lo era el primer major del año en California, se haya transformado en algo sin identidad.

Es cierto que aquí también repiten la tirada al lago, pero ya no tiene el mismo encanto. También es cierto que la bolsa de premios es más grande, pero muchas veces un título vale más que un puñado de dólares extra. Será que todavía tengo el romanticismo con el que crecí metido bien adentro, pero realmente creo que el torneo retrocedió varios pasos.

La LPGA ha atravesado momentos complicados a lo largo de su historia. Cuando Mike Whan tomó las riendas del tour, hace unos 15 años, se encontró con un desastre de proporciones dejado por su antecesora. Hizo un trabajo excepcional: revivió el tour, lo hizo crecer en cantidad de torneos, en premios y en horas de televisión. Aprovechó la irrupción de jugadoras asiáticas para vender derechos de TV en esos países a precios impensados, y transformó la LPGA en un tour global.

Pero Whan se fue para ser CEO de la USGA. Su sucesora no estuvo a la altura y dejó el cargo a fines de 2024, puesto que aún sigue vacante. La LPGA es la asociación deportiva profesional femenina más antigua de Estados Unidos, y todos deberíamos apoyarla. El problema aparece cuando es la propia institución la que da pasos que atentan contra su propia historia.

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