Si me hubieran dicho que lo que sucedió el jueves en Royal Portrush podía pasar en cualquier otro torneo, lo hubiera creído. Pero jamás pensé verlo en el Open… aunque después entendí un poco más.
Algunos grupos en la primera ronda demoraron casi seis horas en completar los 18 hoyos. Para ser exactos, el de McIlroy, Fleetwood y Thomas tardó 5 horas y 54 minutos. Es cierto que se trata del Open, el último major del año, pero también es cierto que a los grupos de la tarde no les llovió, que el viento no fue tan fuerte y que incluso los hicieron marcar bola en el hoyo 5 para que los de atrás pudieran jugar y así acelerar el ritmo. No hubo ninguna razón válida para semejante demora.
Al terminar la ronda hablé con gente de la R&A que, por suerte, estaba muy preocupada por el ritmo de juego y no entendía por qué se había demorado tanto. La explicación la entendí más tarde, hablando con uno de los árbitros que caminan con cada grupo.
Estos árbitros vienen de todo el mundo, de forma voluntaria, y son los mejores de cada uno de sus países. El tema es que tienen prohibido hablar con los jugadores, salvo que estos los llamen por una cuestión reglamentaria. No están autorizados a cronometrar ni mucho menos a sancionar por juego lento.
Eso queda en manos de los llamados «Rovers», que no son otros que los oficiales de reglas de los distintos tours, es decir, empleados de los jugadores.
Pasa entonces lo mismo que en los torneos regulares de los circuitos profesionales: jamás hay multas por demora indebida, por la sencilla razón de que nadie se anima a sancionar a su jefe. Los jugadores son los dueños de los tours, y los oficiales de reglas son sus empleados.
Puedo equivocarme, pero creo que la última, o una de las últimas multas por demora en el PGA Tour, se la pusieron a Miguel Carballo hace varios años. El jueves, en el Open, solo advirtieron a J.J. Spaun por juego lento.
Lo que pasó en la primera jornada del Open fue otra muestra más de que los encargados de hacer cumplir las reglas no se animan a sancionar por demora indebida. Y lo peor es que el viernes la situación no mejoró demasiado.
