Clima de Copa

Fue una semana especial en el golf mundial. De un lado del Atlántico, 11 de los 12 europeos que jugarán la Ryder Cup (solo faltó Sepp Straka por cuestiones personales) se dieron cita en Wentworth para disputar el torneo más importante del calendario europeo después del Open. El encuentro también le sirvió a Luke Donald para reunirlos a todos por primera vez en mucho tiempo y empezar a generar ese clima de copa que tanto caracteriza a los europeos. Jugadores, capitán, vicecapitanes y todo el entorno de Team Europe se congregaron en las afueras de Londres para comenzar a preparar lo que la historia reciente demuestra como un desafío mayúsculo: ganar la Ryder Cup fuera de casa.

En California sucedió algo similar, pero del lado estadounidense. Fue Keegan Bradley quien pidió a sus jugadores que viajaran a Napa. Allí estuvieron 10 de los 12 (Bryson DeChambeau no puede competir por pertenecer al LIV y Xander Schauffele fue padre esta semana). Como adelantaba al inicio, dos de ellos terminaron definiendo el torneo. Bradley estuvo presente, observando y tomando notas que seguramente le servirán para decidir las parejas de esa primera sesión, siempre clave en el inicio de la Ryder Cup.

Es habitual que en Wentworth se reúnan los mejores de Europa, pero resulta mucho menos frecuente ver a jugadores del Tour Championship desplazarse hasta California. Seguramente, la Ryder Cup será la última ocasión en la temporada para ver en acción a Scottie Scheffler y compañía.

Todo esto lleva a una conclusión clara: la Ryder Cup es la competencia más esperada del año, al menos por la élite del golf de Europa y Estados Unidos. Y cuando hablamos de “todos” nos referimos, claro está, a quienes tienen una mínima posibilidad de formar parte de los equipos. Para los recién llegados a los circuitos, la prioridad es salvar la tarjeta, y la Ryder Cup queda muy lejos de sus preocupaciones. Pero para los mejores se ha convertido en una verdadera obsesión. Basta con recordar las lágrimas de Matt Wallace al no poder ganar el European Masters, resultado que lo dejó en el puesto 12 del ranking. Sabía que solo con un triunfo podía superar a Fitzpatrick, y que no había dudas de que Jon Rahm iba a ser uno de los picks de Donald. Wallace deberá esperar dos años más.

Tampoco fue sencillo para Maverick McNealy y Brian Harman quedarse fuera de las elecciones de Bradley, que optó por Cameron Young, Patrick Cantlay y Sam Burns. Sobre el papel, parecen decisiones lógicas, pero lo serán verdaderamente solo si el trofeo termina en manos de los estadounidenses.

El domingo, apenas concluido el torneo en Wentworth, todo el equipo europeo se subió a un avión rumbo a Nueva York. El plan: entrenar dos días en Bethpage, hacer un reconocimiento del terreno y familiarizarse con un escenario que dentro de dos semanas será el epicentro de los matches. Con la cancha cerrada y sin público, tendrán la posibilidad de estudiar con calma lo que enfrentarán. Solo Rory McIlroy y Justin Rose jugaron allí el US Open 2009; mientras que en ediciones del PGA Championship también compitieron Shane Lowry, Matt Fitzpatrick, Tommy Fleetwood, Tyrrell Hatton y Jon Rahm. Para Ludvig Åberg, Sepp Straka, Nicolai Højgaard, Viktor Hovland y Robert MacIntyre será el primer contacto con un campo tan imponente. Será también otra oportunidad para Donald de reunirlos a todos y seguir forjando la química del grupo.

Las estadísticas son claras: Estados Unidos no gana en Europa desde 1993, con Tom Watson como capitán. Europa no triunfa en suelo americano desde 2012, cuando bajo el liderazgo de José María Olazábal se produjo el inolvidable Milagro de Medinah. Cada vez parece más difícil, pero no imposible. Hoy, incluso, parece más factible que Europa conquiste en Estados Unidos antes que los americanos logren llevarse la copa en el Viejo Continente.

“Este será un año que jamás olvidaré, pero si ganamos la Ryder Cup en Bethpage será el más importante de mi carrera”, declaró Rory McIlroy tras su victoria en el Irish Open. No hace falta agregar nada más.

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