Nada Igual

Los más puristas de este deporte dirán que la Ryder Cup cruza las líneas de etiqueta, que el público se comporta de mala manera y algunas cosas más. Es verdad, pero no hay nada como la Ryder Cup porque no hay nada como una competencia match play por equipos.

Más en frío habrá tiempo para el análisis de por qué la paliza de los primeros dos días y por qué esos mismos que dominaron durante 48 horas pudieron ganar solo un partido de doce el día final. Todo el sobreanálisis que se hizo durante los días/semanas previas le dará paso al sobreanálisis de por qué pasó lo que pasó, por qué Bradley es un burro y por qué Donald es un genio. Volveremos a escuchar de la mística europea y hasta alguno se animará a decir que a los estadounidenses no les interesa la Ryder Cup, pero quiero ocuparme de otra cosa en estas líneas.

No hay nada que se compare con la Ryder Cup. La emoción que genera en los jugadores, el involucramiento del público —que a veces es demasiado—, las banderas, los colores, los disfraces, los nervios de capitanes, vices y asistentes, la estrategia para armar las parejas, la tarea del capitán de tener que decirle a cuatro jugadores que no van a participar, o incluso a alguno que no jugará en todo el día; las decisiones que al final son juzgadas por el resultado favorable o no, y ver cómo el nivel de juego se eleva en match play, son algunos de los ingredientes que hacen de esta competencia algo único. En mucha menor medida, solo comparable con la Copa Los Andes o el Campeonato Argentino Interclubes.

Esto se explica solo desde el lado de la competencia por equipos. Seguramente muchos me dirán que durante años he sido crítico del LIV y su sistema de equipos y que ahora alabo este tipo de competencia. La diferencia es que esta Ryder Cup, la Copa Los Andes o los Interclubes son match play, y nada se asemeja al drama que produce este tipo de modalidad. Si esta Ryder Cup se jugara medal play no generaría ni cerca los nervios, la expectativa y la emoción que genera desde hace 40 años, cuando se volvió competitiva.

En más de 30 años comentando golf por televisión me ha tocado vivir situaciones de mucho nervio por lo que estaba sucediendo en la cancha. Viví lo de Van de Velde en Carnoustie, los triunfos angustiantes de Cabrera en los majors, pero nada me ha mantenido más al filo de mi asiento que las Ryder Cups que me tocó comentar. Muchas veces me ha pasado que los días jueves las transmisiones se hacen eternas, pero he hecho 12 horas seguidas de Ryder Cup junto a Silvia y se nos pasaban volando. El hecho de que desde el primer hoyo de la mañana ya haya un resultado hace que haya interés y emoción desde el primer momento. Cada edición es mejor que la anterior; en cada partido pasa algo que desata polémica, vemos golpes o momentos que tuercen, para un lado o para el otro, el destino de un match, y a veces hasta el destino de la copa. En definitiva, no hay nada igual a la Ryder Cup.

La letra de la canción dice que si lo pudiste hacer en Nueva York, podés hacerlo en cualquier lugar. Europa lo hizo.

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